Sin mujer a mi costado y con la exitación de deseos acuciosos y perentorios, arribé a un sueño obseso. En él se me apareció una, dispuesta a la complacencia. Estaba tan pródigo, que me pasé en su compañía de la hora nona a la hora sexta, cuando el canto del gallo. Abrí luego los ojos y ella misma, a mi diestra, con sonrisa benévola, me incitó a que la tomara. Le expliqué, con sorprendida y agotada excusa, que ya lo había hecho.
-Lo sé -respondió-, pero quiero estar cierta.
Yo no hice caso su reclamo y volví a dormirme, profundamente, para no caer en tentación irregular y quizá ya innecesaria.
Edmundo Valadés; Las dualidades funestas
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